lunes, febrero 19, 2007

Euthanatos

Era horrible oirlo respirar...
Antes de llegar a ese último lugar, pasé cerca de dos horas con él. Al principio era fácil, si bien estaba notablemente desmejorado, yo estaba dispuesto a enfrentar su condición. Pero minuto tras minuto me hacía más conciente de su situación, de su agonía. Le costaba respirar como nunca antes, ya ni siquiera se movía, como si quisiese ahorrar fuerzas para poder seguir respirando. En la última media hora, estoy seguro de que no podía verme. Tenía los ojos abiertos, claro, pero vacíos. No. Llenos, pero llenos de un dolor enceguecedor. Cada vez que respiraba, yo deseaba que fuese su última. Por su bien, y por el mío. Era demasiado triste verlo acostado de esa manera, informe, incómodo, sin fuerzas, sin ganas...

No habría vuelta atrás, pero tampoco había escapatoria. Completamente atrapados en una encrucijada planteada por nuestra propia moral: un cuadro irremediable, dos soluciones. La lucha, que acarreaba un pronóstico negativo, una lucha por la lucha en sí, sin tener una victoria en el horizonte. Sin ni siquiera un horizonte. O la solución humanitaria. Menor sufrimiento, menor agonía...
¿Para qué habría de estar él en un hospital? Internado, probablemente inconciente la mayor parte del tiempo, cuando no completamente estúpido por las drogas. O peor aún, sin drogas, con miedo a un lugar desconocido, conciente de sí, de nosotros, y también de su dolor.
¿Solución humanitaria? Qué ironía que hablemos de una vía humanitaria para decidir sobre su destino. Esa solución, ese camino, no trata en primera instancia de aplacar su dolor, sino el nuestro. Claro, él ya estaba condenado, pero nosotros podíamos decidir acortar nuestro dolor, nuestra tristeza, dejar de ver esa patética y lastimosa expíación en cámara lenta que nos torturaba...

"Están realmente seguros de esto?" preguntó una voz, ya comenzando a quebrarse.
Tres voces quisieron responder. Pero apenas fue audible la respuesta, solo unos vagos sollozos de gargantas completamente anudadas.
"Sí." dije. Y fue lo último que dije hasta que todo terminó.
Todos estabamos de acuerdo. Pero en ese momento, viendo el rostro de los demás, sentí que alguien tenía que ser fuerte. Alguien tenía que permanecer lo más inmutable posible. Ser un pilar, para que quién lo necesite tenga donde apoyarse.
¿Altruísmo? Eso pensé.
Pero cuando me noté completamente paralizado, sin poder mover las piernas, sin poder decir absolutamente nada, sin siquiera poder mirar a nadie a los ojos, me di cuenta de que no era altruísmo. Era miedo. Estaba completamente asustado por lo que iba a suceder. ¿Cómo puede alguien estar preparado para algo semejante? Estaba aterrado, y ese miedo incluso paralizó mis lágrimas. Calmó mi respiración, secó mis labios y mi lengua, y entumeció completamente mis mente. Me había convertido en un espectador, atado a mi lugar, con los ojos abiertos, y habiendo dicho que "sí".

"Bien, entonces vamos a empezar" dijo ella, y puso sobre la mesa una goma elástica, una jeringa, y un frasco. Primero le inyectó un calmante, una poderosísima anestesia que lo dejaría completamente aturdido, casi en coma. Fue terrible lo que hizo para darse cuenta si la droga había hecho efecto. Un sólo gesto, me llevó a la conclusión de que no existe una solución humanitaria, ni para él, ni para nosotros. Con la llema de su dedo mayor, le golpeó el ojo abierto, que apenas parpadeó. Fue horrible, fue completamente cruel, y todos tuvimos que verlo. Fue un gesto completamente grosero, que apelaba a la inmovilidad del ojo, lo que nos decía a todos, ineludiblemente, que la droga se iba a poderando de su cuerpo. Ese gesto despiadado se repitió tres veces, hasta que el ojo no parpadeó, no reaccionó a la agresión. Entonces le ató la goma elástica a su pata delantera izquierda y comenzó a afeitarla, para localizar una vena. Pero no iba a poder hacerlo con el cuerpo del gato completamente relajado y desparamado en la camilla. Pidió que alguien le tenga la cabeza, para mantenerle las patas rectas. Quién en ese momento lo estaba acariciando era Lucas, que como todos, estaba entumecido por la situación, y lo único que podía hacer era reaccionar a la orden de la veterinaria. Y así lo hizo.

Creo que cuando lo vi en esa situación asquerosa, y trístemente patética, sentí alguna especia de piedad, o compasión por él. Algún sentimiento extraño, o de unión, o de lástima, me empujó a realizar el único gesto que tuve todo ese día con alguno de los que me acompañaban. Puse mis manos sobre las de Lucas, para yo tomar su lugar. Al poco tiempo, era el único que sostenía la cabeza del gato.

El segundo gesto aberrante, que todos precenciamos, fue cuando la veterinaria le afeitó la pata. Tenía una cuchilla de gilette en la mano, y se la pasaba en el sentido del pelaje. Pronto se descubrió la piel del animal, pero la doctora tenía que dejar la superficie completamente lisa para la aguja. Y fue horrible.
Yo sostenía una cabeza que tenía los ojos vacíos abiertos, y que se caía cual muñeca de trapo si aflojaba mi agarre; mis ojos estaban fijos en la pata del gato, que cada vez se tornaba más roja, porque la cuchilla iba irritando y respando la piel. Pero la mano de la veterinaria no dejaba de afeitar y mis ojos no dejaban de mirar. El animal no reaccionaba ante la brutal agresión, y todo este rito dejaba de ser humanitario.
Por fin la cuchilla se posó en la mesa.
La aguja cargó dos mililitros de Euthanyl, un líquido de color rosa, y se clavó en la minúscula vena del animal. Sentí su cuerpo tensarse solo un segundo. Talvez no fue él, sino yo. Nunca lo sabré. Y luego lo sentí más pesado. La veterinaria dijo que ya estaba, ya habíamos terminado. Mis hermanos largaron los quejidos contenidos durante todo el procedimiento, y lloraron.
Pero era mentira, no había terminado.
Lo más cruel, ya no para el animal, que estaba muerto, sino para nosotros, fue cuando tuve que meter su cuerpo en una bolsa de residuos negra, a los empujones, torciendolo; no porque fuese una bolsa pequeña, sino porque el cuerpo estaba sin vida, lánguido, y yo no tenía fuerzas como para maniobrarlo.
Ese momento fue uno de los peores. No tuvo nada de sencillo, de facil, ni de rápido para los que estabamos ahí. Fue horrible. No sólo habíamos decidido y precenciado su muerte, sino que yo había ayudado a la mano ejecutora, y me estaba deshaciendo de su cuerpo como si fuese basura.

Dentro de dos bolsas, lo llevé con mi madre al Instituto Pasteur, donde se creman los cuerpos de los animales. Mis hermanos se fueron a la casa, estaban devastados, ya habían visto demasiado. Cargué con el cuerpo muerto de mi gato en brazos en el taxi, hasta que llegamos. Y aquí fue donde sucedió el último acto de lesa humanidad. Después de dejar los datos personales, y las causas de defunción del animal, les pregunté dónde lo dejaba, esperando que traigan alguna especie de camilla, de contenedor, o que aparezca alguien que se lo lleve. Pero me equivoqué. Me pidieron que lo deje debajo de la ventana, diciendome que ya lo vendrían a buscar. Y, tonto todavía, sin mucho más que hacer que obedecer, ahí lo dejé. Bajo la ventana, dentro de dos bolsas.
Volví caminando con mi madre. Hablando de cualquier otra cosa, lo más distante a todo lo que acababa de suceder en los ultimos tres cuartos de hora. Cuando llegamos a la casa, mis dos hermanos estaban en habitaciones separadas, callados, ensimismados. Nadie habló con nadie. Y me fui.


No tengo una respuesta.
No tengo una mejor solución, o una forma alternativa para todo lo que acabo de relatar.
No es una protesta lo que escribo.
No pretendo que todo esto se cambie, porque no tengo nada que ofrecer como opción.
Es sencillamente mi manera de explicarme a mi mismo todo lo que pasó, y de decirles a todos los que tienen una mascota, que si alguna vez tienen que pasar por algo similar, los entiendo.


Sin más, Sin saludos, y con un Nudo en la garganta,


M.

viernes, septiembre 08, 2006

Indecisión sistemática

Estoy Perdido
Estar perdido no significa no tener un camino, significa tener tantos que no se sabe a donde ir. Si no tuviese un camino, trataría de encontrarlo o generarlo según mis gustos y caprichos. Y eso es precisamente lo que hice.

¡Trampa mortal!
Mis gustos y caprichos son dispares. Pocos encaran la misma dirección, y los que lo hacen, se bifurcan perpendicularmente no mucho más adelante.
No tenía caminos y no caminaba. Descubrí mil caminos y no sé hacia donde ir. La única solución que veo es probar. Tapo mis ojos con una mano, extiendo mi otro brazo, giro sobre mi mismo muchas veces, me detengo.
Un camino. Camino.

Voluntad y Tiempo.
Mi desición nunca fue segura. Empiezo a caminar y me encuentro en la peor situación: no me adentré lo suficiente como para que el camino me absorba y todavía puedo ver el resto de los caminos que todavía me tientan.
Dudo.
Desacelero la marcha sin detenerme, aunque ya no observo el camino. Tengo los ojos abiertos pero la vista está perdida en el horizonte, en mis pensamientos…

A: ¿Debo seguir?
B: Sí, es el camino que elegiste.
C: No, podrías encontrar algún camino del que no dudar.
B: ¿Este no te gusta?
A: No sé. Sí, pero…
C: Dejálo. Buscá uno mejor.
B: Probá de seguir, dale tiempo para que lo conozcas.
C: Si lo que viste no te gustó, por qué te va a gustar el resto.
A: Sí me gusta, algo, pero no sé si es un buen camino.
B, C: ¿Cuál lo es?
A: ¿El que no me haga dudar?
B: ¿Por qué dudás?
A: Porque sé que puede haber algo mejor.
C: Dejá este y buscá “algo mejor”.
B: Si nunca conocés los caminos, los vas a dejar a todos siempre.
C: Amenos que uno te ilumine.
B: Es una cuestión de Voluntad.
C: Es una cuestión de Tiempo.
A: …


Multimente o entumecimiento.
Decido embarcarme en varios caminos a la vez. Eso debería mantenerme lo suficientemente ocupado como para no ver el maldito paisaje, y alguno de ellos debería proporcionarme resultados atractivos y estimulantes en un corto plazo.
Aquellos caminos que no lo hagan, puedo dejarlos para seguir buscando.
Necesito resultados, necesito progreso, necesito constancia, necesito utilidad, necesito reconocimiento, necesito más.

“No sé lo que quiero, pero lo quiero YA”


M.
Conquistar los mundos

¿Es necesario ser un buen receptor o un buen emisor?
¿Siendo uno se es lo otro?
¿Es el mensaje en sí mismo?
¿Es humanamente posible la conquista de los tres?
¿Significa la conquista lograr la excelencia en cada uno?
¿Sirven las conquistas en soledad?
¿Dependemos de otros?
¿So para satisfacer una arrogancia?
¿Ayudarían al transcurso de la vida?
¿Son el transcurso de la vida?


M.

Trínamente Cuatro (¿12?)

Generalmente, para poder elegir caminos, dividimos el mundo que nos rodea (y a nosotros mismos) en tres partes fundamentales: los sentimientos, lo físico y lo inteligible.
Tratar de brindar un análisis racional a los sentimientos, a todo ese mundo lleno de contradicciones, paradojas, caprichos y demás, sería no sólo una pérdida de tiempo, sino una contradicción paradójica y caprichosa por demás. El mundo físico merecía un estudio y análisis propio y detallado, aunque no es la porción que tiene relación con este escrito.


Lo Inteligible.
Talvez sea la parte más compleja de las tres, seguramente se podrías escribir cientos de googoles de libros tratando de analizarlo. Precisamente esto es lo que llamó mi atención al finalizar la lectura de una novela: el intelecto ¿por qué es influenciado? ¿Qué lo estimula?
Bien podríamos decir que los sentidos; pero ellos son terreno esencial de lo físico.
Dejemos completamente de lado las conexiones misteriosas y diotalévicas de los sentimientos.
¿Cuál es el medio puro y exclusivo de estimulación del intelecto? Los Libros.
Los Libros son prácticamente esencia intelectual materializada, lista para ser absorbida por cualquiera. Nada, ningún invento, ningún medio logra tan puramente como un libro alcanzar al intelecto. Dejemos las excepciones circunstanciales de lado, tales como el olor de un libro viejo, la tipografía, la semejanza con una experiencia emocional propia, el regalo de un ser querido, etc.
El poder del libro es tan grande que nos transmite gustos, imágenes, olores, colores, texturas, todo sin utilizar los sentidos.
El poder del libro es tan grande que nos transmite emociones, alegría y tristeza, risas y lágrimas, miedo y paranoia.

¿Pueden el mundo físico, a través de los sentidos, y el mundo emocional, a través de las emociones, estimular recíprocamente al intelecto?
¿Reside el podes de los libros en el lenguaje?

locutus ergo cogito ergo sum.

¿Es el lenguaje un medio para el intelecto, o todo lo contrario?
¿O son, acaso, lo mismo?


M.

lunes, junio 05, 2006

Reivindicando la superficie.

Trazando el movimiento cíclico de extremos que suele caracterizar a las modas, hoy en día la superficie de una persona parece desvalorizada por la gente que quiera considerarse un poco más inteligente que la masa. La premisa es seguir uno de aquellos saberes populares “lo de adentro es lo que importa”, o más comercialmente “la imagen no es nada[...]”. A todo esto surge la tendencia de despreciar la moda, la vestimenta, el cuidado y la atención de la propia estética, solo para poder reflejar en sociedad una mayor inteligencia, o una mejor “fachada” de la inteligencia anti-superficialista.

Secundo el planteo que tiene esta corriente que dice que la imagen, lo exterior no es todo lo que importa, y que es muy valioso lo interior, tanto emocional como intelectualmente. Pero me parece aberrante que se pierda la cordura y se opte por hacer sacrílego el cuidado de la apariencia.

Aquel movimiento de jóvenes intelectuales que querían desprenderse de todo lo terrenal y superficial para poder ser espiritualmente completos murió hace años. No fue en vano su paso, porque pudo concientizarnos con respecto a lo interior, pero tampoco en vano murió, y lo hizo para que pudiéramos, nosotros, aceptar ambas posturas, ambos campos de la existencia y poder fundirlos en uno. Desprendernos, todavía, de lo exterior, renegar de ello, y tomar a todo aquel que lo pondere como directamente alguien corto de mente, falto de inteligencia y posiblemente de sentimientos vacuos, es terriblemente estúpido.

En absoluto puedo declararme a favor de la postura criticada por estos neo-hippies, y decir que debemos hacer culto del cuerpo, que lo más importante es lo exterior, y todo ese montón de sinsentidos extremistas.

Sin embargo, tampoco tolero que se sostenga aquella mentira que nuestros predecesores tienen o tenían por verdad absoluta: nunca juzgues un libro por su portada. Lamentablemente para los crédulos, uno vive juzgando libros por sus portadas. Y no sólo hablo de libros, sino también de seres humanos, comidas, prendas, artefactos y casi todo lo que se les pueda ocurrir, lo juzgamos, al menos en una primera instancia, por su exterior. Vivimos constantemente definidos por lo que vemos y oímos, no podemos pretender que no utilicemos esos sentidos para poder juzgar, o sostener una primera y fuerte impresión de cualquier cosa o persona.

Desde un punto de vista más natural, podemos tomar como ejemplo los animales, insectos o cualquier criatura de la naturaleza para ver como se embelezan para poder, al menos en un primer intento, atraer lo que quieran atraer, para lo que deseen.

Los reto a que lo analicen, sobre todo a ustedes que se creen o sienten superiores por renegar de lo exterior para concentrarse y/o proclamarse superiores en lo interior. Desde su fuero más interno y sincero, saldrá esa necesidad por la armonía. Armonía que se da entre lo exterior y lo interior, nadie quiere un hermoso cerebro, sucio por fuera; ni una hermosa cáscara, sin nuez dentro.

Estoy cansado de los hipócritas, exteriores e interiores.

M.

lunes, mayo 15, 2006

Le Miroir.


Sentada en un sillón color mostaza, tenía un vestido negro, como su cabello recogido. Era ajustado de la cintura para arriba, con un escote sutil: ni muy provocativo ni muy puritano. El vestido se ensanchaba en la falda, ondulado, cayendo hasta los pies que no se veían. Era completamente negro salvo por unas rosas rojas, casi bordeaux, cerca de los pies, y por el forro blanco que asomaba entre los volados. Apenas perceptibles gracias a la caída del vestido, las piernas juntas, sin cruzar, se ladeaban hacia la derecha. Los brazos estaban al costado del cuerpo, la mano derecha se escondía detrás de la abultada falda y la izquierda reposaba gentilmente sobre las piernas. El cuello estaba limpio de alhajas, y servía como un noble y prístino soporte para un rostro serio. No había una sonrisa en su cara, pero tampoco enojo. Ni muy recia ni muy gentil, simplemente desafiante y arrogante. Signos de una estirpe agonizante.
Así posaba la joven para el pintor que la inmortalizaba, para quedar atrapada por años incontables dentro de un marco de oro, cuadrado, de metro y medio de largo.

Sesenta años después, a la cabecera de una larga mesa en un comedor iluminado por una araña de mil cristales, una vieja con tantas historias de tantas ciudades de todo el mundo como arrugas en su cara atendía y dirigía una típica reunión familiar sin una cana visible en su cabeza. A su derecha había una puerta por la que aparecía una sirvienta siempre que ella pensase que alguien necesitaba algo. No era por arte de magia, pero así parecía. Milady oprimía un botón secreto en el suelo, que llamaba discreta y silenciosamente a la servidumbre.
Siempre se vestía como de fiesta para cenar. Y siempre antes de que sirvan la comida, tal vez durante, y seguro al final, junto con el café, fumaba con su boquilla negra de mas de 15cm unos cigarrillos completamente blancos y largos, Virginia Slim supongo.

Diez o quince años más tarde, en un piso de la Avenida Alvear, se reunían varias decenas de personas. En una habitación, por la que todos pasaban en algún momento de su estadía en aquel enorme departamento, había un cuerpo reposando en el medio de la sala. Blanco su vestido, su pelo y su tez, así como también el interior de su última morada, forrada en seda. El rostro hundido, demacrado, así como los brazos finos y las manos con la piel casi envolviendo los huesos. No había una expresión en su rostro, ni un gesto en su cuerpo; simplemente era alguien durmiendo, tan indefenso, frágil y débil. No había nada glamoroso, ni nada repugnante, simplemente había un cuerpo inanimado. Esta escena, esta habitación, la observaba yo a través de una arcada enorme. Estaba viendo el ataúd de costado, casi un perfil perfecto, y no quería reparar mucho en el cuerpo cuando algo llamó mi entera atención. Un contraste increíble, que parecía hecho a propósito. Una especie de espejo del tiempo que se desarrollaba en aquella habitación y sólo pude verlo cuando ésta quedó casi vacía, salvo por una o dos personas. Sobre la pared que tenía frente a mi, por detrás del ataúd, al fondo de la habitación, había un marco de oro, cuadrado, de metro y medio de largo.

Dos reflejos inanimados y opuestos de alguien que ya no estaba allí.



M.

miércoles, abril 26, 2006

Misticismo pre-onírico.

Nunca pude dormirme rápido. Desde chico que, salvo excepciones de agotamiento, tardo alrededor de media hora en conciliar el sueño.
Desde hace años, ya casi una década, que tengo un pensamiento recurrente.
Sucede siempre en el momento antes de dormir. Estando ya acostado, con los ojos cerrados, preparado para dormir.
El pensamiento en sí mismo es bastante escueto y sencillo, pero es la sensación que me produce lo que no me deja dormir durante más de lo normal...
Los lineamientos del pensamiento son algo similar a lo siguiente:

¿A qué hora me voy a levantar?
A las 8. Son las 2, con lo que dormiré 6 horas.
Seis horas perdidas... ¿Qué pensaré cuando me despierte?
No sé.
Digo, ¿Recordaré esto cuando me despierte?
Lo dudo.
¿Y cuando me dormiré?
A este paso nunca.
Pero, ¿Seré capaz de sentir justo el momento de entrar en mi sueño?
No creo.
No entiendo, es un parpadeo...
Sí, pero de 6 horas.
¿Cómo será despertar?
Dormite y averigualo.
Quiero sentir mientras duermo.
Se llama soñar...
No, ser conciente, no soñar. Me gustaría verme mientras duermo.
Filmate.
No. Verme a mi mismo, desde mi mismo.
What?
¿Cómo será mañana?
Como siempre.
Pero quiero que sea ahora.
Dormite, es un parpadeo.
Pero tardo en dormir, quiero ahora saber como será mañana.
Precognición... algo imposible.
Ya sé, pero está tan cerca, es sólo un parpadeo.
Hacélo.
No puedo, siempre tardo. Pero no es el punto.
Sí lo es.
No, yo quiero saber ahora cómo me voy a levantar mañana.
¿De buen humor?
No. Las sensaciones. Siempre puedo recordar cuando me despierto, pero me es difícil recordar cuando me duermo. Quiero poder ser conciente durante mi sueño, para aprender cómo es el pasaje de un día al otro.
Dormite y calláte.
Pero...
Shh...

Es en ese momento cuando la sensación que guía la conversación es indescriptible. Es el saberse a un mero paso del mañana, pero no poder darlo, ni poder mirarlo ni comprenderlo. Es como sentirse el huevo y la gallina al mismo tiempo.
Es una sensación tan rara, tan atrapante, tan poco lógica, que me hace sentir también que es un momento de cuasi iluminación. Gracias a la terrible paradoja en la que me sitúa esa sensación, siento un momento de ascensión Zen que me hace creer capaz de resolver cualquier cuestión. Pero fallo al querer traer alguna otra cuestión a mi mente porque estoy demasiado concentrado preguntándome por el mañana y el presente al mismo tiempo.
Es una especie de ciclo sin fin, que en algún momento cede ante el agotamiento mental y me deja parpadear y olvidar...



M.

jueves, marzo 23, 2006

La Elección de la Belleza.


“El Fin justifica los Medios”
“Life’s a journey, not a destination”


Basura.
Tienen su pequeño sentido, pero al tratar de analizar un todo, carecen de puntos fuertes. Dicen que “la vida es un camino y que lo importante es recorrerlo”, ¿acaso es posible que el Vox Populi esté tan errado? Sí.

Fin, objetivo. Hay que encontrar uno, pero casi siempre, a menos que se padezca de alguna enfermedad psicológica, todos coincidimos que el fin de nuestro camino, es la Felicidad. Si podemos concebir como objetivo de nuestro todavía ignoto camino a la felicidad, entonces tenemos un Fin egoísta que se siempre se retroalimentará.

Medio, camino, modus. Aquí es donde la mayoría se equivoca. Ésto no es lo importante, para lograr cualquier Fin, sea cual fuere, a cualquier nivel (aunque aquí estoy hablando de la Vida misma), tiene que haber un Medio, un Camino, un Modus Vivendi. Que exista y que tengamos que recorrerlo son condiciones obligatorias para poder Vivir y Finalizar la Vida, con la Felicidad. Sean puestos a un lado los débiles, que no podrán con los obstáculos en el Camino, que no sabrán superarse; los fuertes siempre caminarán, siempre seguirán, hasta alcanzar el Fin o Morir en el intento (así y todo, felices por serse fieles y nobles). Entonces, si el Fin es la Felicidad predeterminadamente, y el Camino es obligatorio de recorrer, y siempre lo caminaremos; ¿por qué creemos que son importantes estas dos condiciones impuestas e ineludibles de la Vida? Son así, aquí no hay libre albedrío, hay una no-opción que es la debilidad, la vagancia y la dejadez. Analicemos a aquellos fuertes, los otros no lo merecen.

¿Dónde, entonces, está esa elección, esa importancia en vivir?
Pues tiene que existir en algún lugar. Si no existiera, sería sumamente aburrido y monótona nuestra vida, ya que serían todas acciones y reacciones en base a programaciones predeterminadas por la supervivencia y la permanencia en el tiempo.



estético, ca. (Del gr. ασθητικς, sensible).
1. adj. Perteneciente o relativo a la estética.
2. adj. Perteneciente o relativo a la percepción o apreciación de la belleza.
3. adj. Artístico, de aspecto bello y elegante.
4. f. Ciencia que trata de la belleza y de la teoría fundamental y filosófica del arte.
5. f. Conjunto de elementos estilísticos y temáticos que caracterizan a un determinado autor o movimiento artístico.
6. f. Armonía y apariencia agradable a la vista, que tiene alguien o algo desde el punto de vista de la belleza.
7. f. Conjunto de técnicas y tratamientos utilizados para el embellecimiento del cuerpo.


La estética percibe la belleza, el arte, la elegancia. La estética es el tamquam, no el camino en sí, sino la forma de éste. Ése es el Sentido de la Vida: su gracia, su belleza.
Aquí sí existe el libre albedrío, pues no a todos nos causa placer lo mismo, y no se necesita mucha inteligencia para tender a hacer lo que cause placer. No respondemos al placer, lo buscamos. Imaginamos, pensamos, ignoramos, creemos, buscamos, sólo para poder obtener placer. Este placer, va a ser definido por nuestra relativa percepción de la belleza (aunque ésta siempre va a verse condicionada, en gran parte, por el entorno de maduración que tenga el individuo).

Para poder recorrer el Camino, sea cual fuere, sea como fuere, debemos ser Egoístas.
“No! No tendremos un desmedido amor propio y rayaremos con el narcisismo!” dirán los tontos, aquellos que están condenados a intentos altruistas, con altas probabilidades de fracaso, o mejor dicho, autosabotaje.
¿Por qué?
Porque sólo aquellos que tengan paz y armonía en sí mismos, sólo aquellos íntegros, aquellos fuertes, pueden darse el lujo de ayudar al otro, por el simple placer de sentirse útil o bondadoso. Pero aquel que no se concentre en si mismo, que no mire primero hacia adentro, que no se entienda ni se conozca, fallará al tratar de ayudar a otro pues no conocerá cómo, ni tendrá referencia, ni tendrá la voluntad dada por la fuerza. Perderá por hacerse débil a sí mismo.
¡Nunca sean narcisistas! Ahí se perderán dentro de ustedes, y nunca saldrán para obtener el mayor placer del Camino, que será caminarlo con otros. Además, perderán la capacidad estética de apreciar la belleza fuera de sí mismos, lo cual deja un margen estrechísimo de belleza.

La Belleza determinará un camino, la Voluntad nos hará caminar, y la Felicidad nos dirá que hemos llegado. Y Moriremos plenos.


Estereotipos, Límites, Conservadurismos: trabas de la Belleza, la Voluntad y la Felicidad.



M.

viernes, marzo 03, 2006

Impotencia.

Condeno esta sensación, este sentimiento.
De todos aquellos sentimientos imaginables por el hombre, este es aquel que representa la suma de todos los miedos, este es aquel que nos priva de toda libertad, este es aquel que nos deja sin escapatoria, acorralados.
Contra la impotencia es muy difícil, casi imposible luchar. De hecho, si y sólo si, logramos atravesar ese momento en el que la desesperación nos invade, el único camino que podemos y debemos tomar es el que nos guíe a averiguar la causa, la raíz de nuestra falta de poder.
Pero si nos atascamos en la desesperación, o no podemos tampoco ver las causas, entonces estamos perdidos, completamente a la deriva, y la única salvación para nuestra patética situación es el milagro de la intervención de alguien externo, que por su propia iniciativa, bondad, causa o casualidad, nos guíe o libere. Pero debemos ser capaces de ser en nosotros mismos íntegros.

Así, siguiendo un axioma viejo, uno es dueño de algo sólo cuando tiene la capacidad de destruirlo, podemos decir que para ser íntegros y dueños, tenemos que tener completo control de nuestros actos, y hasta sabernos capaces de nuestra destrucción. Recordemos que la capacidad de algo, no implica la realización de ese algo.
En cambio, si sufrimos impotencia ante un conflicto y no podemos o sabemos determinar la causa, aquello que nos esta destruyendo no es algo nuestro, no somos nosotros, es externo. Es algo similar a la angustia de Heidegger, que nos invade desde fuera; como el Pánico, que viene hacia nosotros y no podemos detener.
Hasta que no podamos controlarnos, no seremos.
Hasta que no podamos destruirnos, no seremos.

Encontrar la causa de nuestra impotencia es el peor trabajo que puede existir. Para poder ser sinceros en nuestra búsqueda, debemos estar completamente abiertos a analizar todo punto, todo recoveco, todo aljibe de nuestra persona. Debemos poder mirar sincera y objetiva y subjetivamente cada pozo de recuerdos en el que dejamos algo; debemos saber mirar nuestro ambiente y no hacer obvio lo obvio, debemos mirar a nuestros allegados y juzgar su utilidad, su funcionalidad, su participación.
Poder extraernos de nosotros mismos, y ser nuestros propios jueces, buscando fallas, buscando falencias, buscando tumores; no es algo sencillo. No estamos buscando esos defectos que hasta algunos se enorgullecen de llevar y mostrar como estandartes de la modesta imperfección aceptada. No. Aquí buscamos más allá, porque, precisamente, no sabemos qué es lo que buscamos. Todo debe padecer bajo nuestra lupa, y nuestra lupa debe ser siempre tan inquisidora como Gregorio IX.
Pocos pueden mirarse así, pero es la Voluntad de esos pocos lo que los hacen individuos sobresalientes en el mundo plebeyo, de voluntades achacadas.

La impotencia es algo contra lo que todo ser humano, y no tanto, lucha en algún momento o varios de su vida. Pero sólo aquellos de fuerte Voluntad, aquellos que no escapan y no amedrentan, son capaces de vencer la impotencia, encontrando su causa y atacando la raíz.

De todo lo que podemos sufrir a causa de la impotencia, no es la búsqueda exhaustiva de su origen lo peor. Ese momento en el que todavía no aceptamos nuestra impotencia como tal, ese tiempo en que no entendemos y no queremos entender; eso es lo peor de la impotencia.
Este momento puede durar horas, semanas, meses. A aquellos llenos de Hubris les digo: ¡Desesperen! . Para ustedes que no pueden tolerar la simple idea de una falla en sí mismos, ni siquiera como pauta para la maduración y la mayor perfección del ser, no hay esperanza. Pero si pueden tolerar, concebir esa idea de falla entonces tal vez tengan oportunidad de entender que hay algo que debe ser buscado.

¿Cómo puede uno encontrar algo que no sabe lo que es?
Siguiendo una simple y vana lógica lineal, es imposible o circunstancial. No acepto lo imposible, precisamente, y no tolero la esperanza en las circunstancias. Las soluciones se buscan, se hacen, se toman, se eligen.
Pero esta lógica simple no puede ser aplicada para analizar una pregunta tan compleja, tan paradójicamente exenta de Gödel. Nuestra mente, cuerpo, entorno, compañía nunca es simple; y nuestra impotencia radica en alguno de ellos, y afecta a alguno de ellos. Y no tienen por qué ser análogos.

¿Cómo puede uno encontrar algo que no sabe lo que es?
No puede, quiere. No espera, desea. No piensa, no siente, observa. No habla, escucha.
Sólo ellos con verdadera Voluntad, verdadera Visión, verdadero Conocimiento, verdadero Dasein, pueden triunfar.

Curiosidad: la fuerza motora de todas las grandes Voluntades.


M.