lunes, febrero 20, 2006

El Ansia

¿Viste cuando te subís a una montaña rusa, y vas subiendo y no ves la bajada?

He aquí un reto al Efecto Mariposa.
No importa la complejidad del hecho, ni que tan cerca esté nuestro horizonte de predicciones; aquí estamos tratando con una sensación que no da lugar a dudas. ¿Cuál sería el punto de estar ansioso por algo que es simplemente probable que suceda?
En una montaña rusa, cuando uno ya está sentado, no tiene escapatoria. Las trabas de los asientos no lo van a dejar saltar. No puede mirar para otro lado. Sabe lo que va a suceder. Pero no puede verlo hasta que es demasiado tarde.
Con el Ansia sucede lo mismo. Ansiamos que algo suceda, ansiamos hacer algo sólo cuando sabemos que lo vamos a realizar. Cuando está ahí, justo fuera del alcance de nuestros dedos, solo 5 centímetros mas allá. Talvez no sepamos lo que es, cómo es, cuánto es, pero sabemos que está ahí y vamos hacia él. Ninguna variación, grande o pequeña, en las condiciones iniciales o posteriores puede producir desviaciones a largo plazo.

Otra de las características singulares del Ansia es su relación con nosotros. Es una de las pocas sensaciones con las que mantenemos una conexión amor/odio. Amamos lo que va a suceder y sentir ansia por ellos; pero Odiamos la espera inexpugnable. Odiamos lo que va a suceder, pero Amamos la espera porque es nuestra paz que vemos ansiosamente mermar. Queramos o no que suceda el hecho, el Ansia es amor/odio; pero sólo gracias a que el objetivo está oculto, fuera de nuestra visión, de nuestro alcance imaginativo. Si pudiésemos tener una visión diáfana del hecho, una imaginaria al menos, no amaríamos/odiaríamos la espera.

Pero talvez el mayor poder del Ansia en nosotros es su capacidad de recurrencia. Todos solemos ocupar nuestra mente con tareas para no pensar en ciertas cosas. Pero escapar de aquello que ansiamos es mucho más difícil. El Ansia sabe que ocupamos la mente, que ahí estamos nosotros atrincherados y que no la dejaremos entrar. Es por eso que divide y vence, atacando el cuerpo: tensa las manos, las piernas, alborota el estómago, reseca la garganta, acelera el pulso. Y entonces perdemos. No somos capaces de controlar absolutamente todo lo que sucede y el Ansia se apodera nuevamente.


Ansío la Envidia del Ansia para no Ansiar.
¿Ansío la Envidia del Ansia para no Ansiar?



M.

viernes, febrero 17, 2006

Envidia.

La envidia es un sentimiento incomprendido, o al menos incompletamente conocido.
El común denominador de la gente se queda con la simple y patética primera acepción, la cual implica una tristeza, una angustia por algo que no se posee.
La acepción que me digno de utilizar es una sin estos matices negativos, que expresa el deseo por algo que no se tiene y que posee otro.
Siguiendo, le envidia entonces sirve como un motor generador de rumbos. Al sentir envidia por algo, sabemos que es lo que deseamos y entonces podemos dirigir nuestras acciones para conseguirlo.
Pero también es combustible. El deseo de obtener el objeto de la envida no termina hasta que lo tenemos. Mientras tengamos deseo, tenemos fuerza para continuar; y mientras más deseo tengamos, mas veloces seremos.

La Envidia, entonces, es el sentimiento de admiración más elevado que existe. La admiración común, es el hecho de tener en singular estimación algo. Una contemplación, simplemente eso. Totalmente inactiva e inocua. En cambio, la Envidia mueve al sujeto que la siente, a perseguir lo que aquel envidiado le muestra. Por ende, entendemos que no sólo se tiene en singular estima el objeto, sino que nos movemos para tenerlo también. Es la demostración de la admiración llevada a su cenit.

Envidio el Talento. No por carecer de éste, sino por talentos específicos que son demasiado difíciles de desarrollar, o imposibles. El dibujo es uno de ellos. La música es otro. Envidio a quienes pueden comunicar ideas sin palabras.

Envidio el Dinero. Lamentablemente para todos aquellos idealistas, el Dinero es aquello que nos va permitir más comodidades, más lujos, más experiencias en nuestra sociedad global de capital. Envidio a quienes no les falta nunca.

Envidio la Fe. En mi imposibilidad de creer en algo que me resulta completamente ridículo, envidio el sentimiento de paz que profesan sentir los creyentes. Trato de entenderlos, pero sus palabras ya dejan de tener sentido para los lógicos. ¿Son ilógicos porque la Fe es ilógica, o son ilógicos porque no saben expresarla?

Pero si hay algo que puedo envidiar mucho más que todo esto, es la Memoria. Envidio aquellos que pueden recordar los mínimos detalles de una hoja hasta reconstruir el bosque entero. Esas personas merecen toda mi Envidia.

Greed is good.


M.

miércoles, febrero 15, 2006

dios no valía la pena...

Ingenuidad. La suficiente como para no sospechar de nada ni nadie y para no entender señales.
Pánico. Ese tipo de pánico que nubla los sentidos, elimina la razón y nos deja sin curso de acción, sin palabras, como vegetales.

Una combinación fatal. Pero estos ingredientes necesitan un solvente para reaccionar.

Mediante la ingenuidad, uno no puede estar preparado para los golpes, todo revés dirigido a la mandíbula es imposible de avistar a tiempo. Pero claro, si uno tuviese reflejos, sería perfectamente capaz de agacharse, o cubrirse talvez a tiempo para amortiguar un poco...

Solvente: “Sólo sé que no sé nada”.

Supongamos que nos encontramos en un estado en el cual no sabemos qué queremos. No necesitamos saberlo inmediatamente, así que nos damos el lujo de relajarnos y vivir un poco en la corriente del Carpe Diem. En este estado las estructuras y los planeamientos se ven eliminados. Día a día vemos qué nos mueve y vamos construyendo nuevas estructuras a raíz de las experiencias. No saber nada es un increíble momento en el cual entendemos que no sabemos qué queremos, nos hacemos cargo y podemos continuar a partir de ello nuestra búsqueda.
El problema surge cuando combinamos este estado socrático con la Ingenuidad y recibimos un golpe. Los reflejos que tendríamos están entumecidos y no podemos reaccionar. Eliminamos nuestras estructuras, por ende no tenemos donde apoyarnos.
Y entonces, el desastre...

Necesitamos hacer algo, pero no sabemos qué: pánico.

Una vez que hemos sido golpeados, nos levantamos. El pánico va a continuar, si bien no por un golpe inminente, por la posibilidad de un golpe más adelante sumado al conocimiento de la imposibilidad de reacción. Sólo cuando nos damos cuenta que nuestro “estado socrático” es una estructura en sí mismo, podemos perder el pánico. Tenemos donde apoyarnos: no sabemos qué queremos, por eso tenemos la libertad de experimentar. No importa el golpe que nos impacte, lo absorberemos para tomarlo o no en consideración, dependiendo nuestros gustos preestablecidos y cambiantes.

Ya no hay pánico, no tiene sentido.


El análisis racional de nuestras acciones nos puede servir para aprender a partir de nuestros errores.
“Si no te mata, te fortalece”: un excelente modus vivendi.


Theta.